BONVIVANT

Publicado: 30 abril, 2023 en Sin categoría

Luego de la muerte de mi padre en 2004, cercano a cumplir 38 años, llevando más de una década de casado y con dos hijos pequeños (aunque ya no tanto) podría decirse que que me convertí en un adulto propiamente dicho; ya calificaba plenamente para la crisis de mediana edad. Situación que muchos enfrentan con el retorno a actividades pasadas o el ensayo de nuevas. Me aproximaba a una época en la que habiendo terminado de pagar la hipoteca y las cuotas del autor, con hijos que requerían progresivamente menos trabajo, las condiciones para el buen vivir se anunciaban auspiciosas.

El descubrimiento (y la visita posterior) de mis parientes políticos anglo-canadienses reavivó mi interés en la genealogía; en realidad, había comenzado a trabajar respecto a mis ancestros gallegos con anterioridad. Las referencias orales familiares abarcaban unas pocas generaciones; lo primero que decidí fue encararlo como pedigree, sólo ascendientes en línea directa y no antepasados colaterales. Lo segundo, que no iba a priorizar en la búsqueda la rama de mi abuelo paterno José Lis Fajardo (que no reconoció legalmente a mi padre. Pedí entonces certificaciones de nacimiento del registro civil español, las cuales te enviaban gratuitamente, pero eso no me dejaba avanzar más allá de fines del siglo XIX. Fue entonces que pude averiguar que el Archivo Histórico Diocesano de Santiago de Compostela te mandaba copia de las certificaciones de bautismo a cambio de donaciones de 5 (cinco) euros; pagué unas cuantas; me detuve cuando me parecieron inseguros algunos datos, y cuando a partir de cierto momento ya no informaban sobre padres y abuelos (siempre antes tenía ese doble chequeo) sino sólo los nombres de los progenitores. De cualquier modo nunca me había propuesto ser un acumulador de nombres y fechas; quería tener una idea general de mis orígenes y la había logrado (al menos en cuanto a los papeles, porque como se dice «mater semper certa, pater nunquam»: siete bisabuelos gallegos y una balear (más exactamente de Mallorca/Menorca). Ésto último, lo de la familia de mi abuelo paterno, no lo obtuve con las donaciones sino a partir de bases de datos de internet, de manera mucho más reciente; un linaje ilustre que se remonta a Juan de Lis y Saavedra (nacido aproximadamente hacia 1550, mi pariente masculino en línea directa más antiguo).

En 2005 se inició el Proyecto Genográfico y me interesó inmediatamente todo este tema del ADN para remontarse genéticamente al pasado más lejano, pero al no formar parte de una etnía indígena (o más bien no querer pagar los dólares que costaba el test) recurrí a un laboratorio llamado Sorenson que lo hacía gratuitamente. Los resultados en relación al haplogrupo cromosomal paterno no se produjeron, pero sí los del mitocondrial materno, que resultó ser «U5a1h» (de entre las hijas de Eva, Úrsula). Muchos años después, durante la pandemia, comencé a pagar por tests para toda mi familia y descubrí que el cromosomal paterno es «E», correspondiente al norte de África. Curiosamente, mi ADN no sólo sitúa antepasados en el sudoeste de Galicia, sino además me conecta con parientes de apellidos Lis y Fajardo (los del abuelo que no reconoció su paternidad). 

Siempre tuve un interés general por las curadurías; me parece que me ahorran tiempo en las elecciones de temas que me importan (y que me señalan productos y obras de cuya existencia me costaría enterarme (perfumes, vinos, libros, cine y series, etc). Ya fuera de la convertibilidad mi afición por comprar perfumes se fue moderando por razones económicas obvias; en los últimos tiempos, aparte de recibir regalos de mis hijos cuando viajan, me orienté por los premios anuales de la Fragrance Foundation. En relación al vino, concurrí a degustaciones en una vinería cerca de casa llamada Sensaciones; además de viajar a Mendoza y visitar bodegas, también compré diversas guías anuales que se publican.  Respecto al cine y las series, me guían los Oscars y los Emmys. En base a la lista larga del premio Filba-Medifé a mejor novela argentina creé el club de lectura «En Alabanza a los Lemmings». Mi afición por la música pop ya no es lo que solía ser, pero utilizo Spotify y escucho Radio Aspen para revisitar los gustos de mi adolescencia y juventud (y me dí el gusto de conocer a Boy George cuando Culture Club se presentó en el estadio Obras). De vez en cuando voy al vivero; llevo adelante una huerta-jardín de 1 metro cuadrado, y mantengo algunas suculentas en macetas, pero creo que sólo calificaría esto como una afición esporádica. He creado una página de ciencia ficción llamada Ficción Científica; si bien comencé con videos, y con artículos críticos que hasta llegaron a ciencia-ficción.com, últimamente se han reducido a un ranking mensual de series del género, el cuál tiene también versión podcast.

Merecen un párrafo aparte nuestros viajes al exterior y sus respectivas documentaciones en la cuenta de instagram de «El Viajero Invernal» y en los videos de «¿Dónde estamos, Green?»: España (2017); Inglaterra y Francia (2018); Italia (2019); Columbia Británica y Costa Oeste de USA (2020); Gran Bretaña (2023). 

La estructura de nuestros viajes fue la siguiente: períodos relativamente prolongados (35 días); el menor gasto posible en alojamiento (Premier Inn de ser posible) y comida; una intensa agenda de lugares y atractivos variados; el mejor aprovechamiento posible de las horas de luz -comenzando y terminando temprano cada jornada-; pocas compras (excepto algo de ropa en Primark); mucha caminata, y poco más. Cada jornada terminaba con Adriana comprando la cena para la habitación en los supermercados, conmigo ocupándome de las fotos y videos del día, y con ambos mirando la tv local. Siempre pensé que el viaje es lo que uno lleva consigo, no lo que uno encuentra allí; y nosotros nos llevamos muy bien y disfrutamos mucho juntos, huyendo de la rutina y las obligaciones cotidianas. El destino fue casi siempre algo secundario. 

De cualquier modo cada viaje tuvo sus peculiaridades. Recuerdo el de España con mucho sabor a desquite luego de veinte años de no viajar al exterior; los primeros días caminé incansablemente por Barcelona. Luego un tramo en auto del Camino de Santiago (el francés), la llegada a la Galicia de mis orígenes, el colorido de Andalucía, la gloria de Madrid. Inglaterra y Francia fueron básicamente las soñadas Londres y París, más un adicional de tour acerca de los ancestros Green. Italia para nuestras bodas de plata fue un recorrido maravilloso, de sur a norte desde Nápoles hasta Milán. Mención aparte para Venecia, la ciudad que considero la más bella en todos los universos posibles; llegar en el vaporetto desde El Lido hacia el Gran Canal y verla emerger de las aguas me provocó una emoción inefable. La costa oeste tuvo la particularidad de la quebradura de la muñeca de mi esposa, quien enyesada manejó hasta Las Vegas, una ciudad en la que pasamos una noche y nos pareció divertida y espectacular (aunque no vimos ningún espectáculo ni jugamos). En Gran Bretaña ya nos sentimos tan cómodos que fue el destino que consideramos más sencillo para volver a ruedo luego del parate de dos años ocasionado por la pandemia. 

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